(Entrevista al músico navarro Javier Colina, realizada por Pedro Calvo y extraída de Publico.es, con motivo de la edición del CD "Tete Montoliú & Javier Colina 1995", el cual recoje las experiencias musicales que se dieron entre los dos músicos en el conocido Café Central madrileño a mediados de los noventa). Fotografía extraída de javiercolina.com .
Mucho tiempo, doce años, ha tardado el disco Tete Montoliu & Javier Colina 1995 en ver la luz. Al calor de las celebraciones del décimo aniversario del fallecimiento del universal jazzista catalán se han editado recientemente estas grabaciones históricas, instigadas en su momento por el inquieto cantante pop Santiago Auserón.
Un disco de poder a poder. Tete Montoliu (Barcelona, 1933-1997) fue nuestro pianista de jazz más universal. En el corazón de Tete estaba el be-bop, esa pasión libérrima por la improvisación que le dio un lugar en la escena jazzística internacional, compartiendo vida, arte y milagros con Lionel Hampton, Dexter Gordon, Chet Baker, Archie Shepp, Roland Kirk, Elvin Jones, Ben Webster, Coleman Hawkins, Anthony Braxton... Javier Colina (Pamplona, 1960), amigo y miembro del grupo de Auserón, es contrabajista eminente de nuestra joven y poderosa generación de jazzistas actuales. Colina retrata su experiencia junto al maestro Montoliu.
¿Cómo conoció a Tete Montoliu?
Yo ya tenía unos años cuando me empecé a interesar por el jazz, y el personaje que destacaba aquí era Tete Montoliu. De hecho, empecé a tomar clases de contrabajo con Horacio Fumero porque era el que tocaba con Tete. Me parecía una cosa arrolladora, aplastante tocando. Le conocí en la grabación del primer disco de Perico Sambeat. Y luego me llamaron para tocar en el café España, de Valladolid, con Tete y el saxofonista británico Ralph Moore. Le caí bien. Si hubiera habido algún pero, me lo habría hecho saber rápidamente. Tete era así.
¿Qué le enseñó Tete?
A mí jamás se me hubiera ocurrido preguntar nada. ¿Para qué? ¿Para recibir un improperio? Se aprende viendo y oyendo. Todavía no sé lo que aprendí de Tete. A lo mejor son cosas que no me esperaba. Yo sólo busco conocer a una persona, y conocer cómo hace ese músico para disfrutar de la música, qué valores musicales tiene para tocar sabroso. Con este tipo de maestros, lo único que tienes que hacer es ponerte al lado y ver qué se pega.
¿Le dio algún consejo?
Me dio el mismo que a él le dio un vibrafonista cuando era joven: “Cuando hagas la maleta, pon la ropa de actuar encima, para que no se arrugue”. Ahora se puede ir a aprender a muchas escuelas, pero lo esencial es la experiencia.¿Qué recuerdos tiene de Tete?
Tenía fama de ogro, pero yo no lo viví así. Era una persona muy íntegra, que sacrificó mucho, que estuvo siempre en el jazz y no quiso hacer cosas que no fueran música improvisada. No le importó el dinero. Tocando fue una persona muy honrada y muy cabal; y eso en un país en que no se le hacía mucho caso, ni siquiera al final de su vida. Tenía una personalidad muy acusada, arrolladora. Era muy irónico. Se fijaba en todo. Cosas que a nosotros nos parecen normales en una conversación, desde su punto de vista de invidente, él siempre recibía algo. Era muy ingenioso, muy cáustico, con un sentido del humor que comparto.
Tete no se mordía la lengua.
Decía lo que le daba la gana, y como era invidente, le importaba un bledo quien estaba delante. Me daba una cierta envidia. Era mi héroe. Si había alguna confusión, me sentaba y me leía la cartilla derecho, sin perder ni un minuto. Era franco, siempre iba de frente. Era vacilón, borde con la gente que era borde. Siempre estaba de guasa. Era como su música, transparente, incapaz de tocar o decir algo falso. Esa era su grandeza.
Dice que le gustaban las bromas.
Su escuela no era fácil, tocando con esos grandes músicos por Europa y el mundo. Los compañeros siempre le estaban haciendo faenas. Le cerraban la tapa del piano mientras Tete estaba contando el un-dos-tres para empezar a tocar. Le dejaban solo en cualquier parte para ver cómo se las apañaba. Ahora parece que más que bromas eran crímenes, pero no era para tanto.
¿Le comentó cómo era el mundo del jazz en España cuando Tete era joven?
Imagino que era un mundo como para salir corriendo. Si no fuera por la necesidad que tiene un músico con esas facultades, ese grandísimo pianista se hubiera ido fuera de este país. Tete estaba muy apegado a su tierra, pero cuando salió, tocó con los mejores. Tete tenía ego. ¡Cómo no iba a tener ego sabiendo lo bueno que era! Dicen ahora que está difícil lo del jazz, pero hay que imaginarse a Tete en la España de Franco. Su música refleja la vida que vivió.
¿Qué destaca de su música?
La energía. Como un músico no tenga energía, te mueres. Tete tenía tanta energía porque sabía lo que hacía. Cuando oyes esos magníficos discos antiguos que hizo con Dexter Gordon, escuchas a un peso pesado, de los que dan un guantazo y te arrancan la cabeza. No hay más que escuchar en este disco lo que hace en el tema Acuarela.
¿Cómo se ponían de acuerdo en lo que iban a tocar?
No había ningún tipo de trapicheo. Tete, unas veces se sentaba y dibujaba una intro. Otras veces decía un-dos-tres, y punto. Había temas que yo no conocía, pero tenía un estilo que yo podía seguir. Una vez le dijo al público: “Ahora vamos a tocar unas canciones catalanas, y lo mejor es que Javier no tiene ni idea”. Parecía una broma, pero era cierto.